A la Imagen de Cristo
Colosenses 3:8-11

“¿Es Ud. un hijo de Dios, o sólo religioso?”

        “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mi hacedores de maldad”.  Mateo 7:21-23

        “¡Esas son palabras fuertes!” usted podría decir. Pero fue el Señor Jesucristo quien habló estas palabras solemnes. Cualquiera que llame a Jesús “Señor” debería examinarse a si mismo a la luz de estos versículos. La única cosa mas triste que morir en sus pecados y terminar en el lago de fuego por la eternidad, es la persona que llama a Jesús “Señor”, y aún así termina en el mismo lago de fuego. ¿Puede imaginarse el horror de su alma cuando sus ojos se cierren por última vez en esta vida, pensando que cuando los abra en el otro lado de la eternidad, estará “mejor” porque verá las glorias del cielo, pero entonces se despierte en los tormentos del infierno? Sus familiares que aún están vivos se consuelan ellos mismos diciendo que su padre o madre o hermano o hermana está mejor ahora, feliz ahora, etc. ¡Que poco saben!

        Necesitamos observar y considerar varias cosas a medida que leemos estos versículos. Primero vemos que las personas a las que el Señor se refiere son personas religiosas. Ellas con sus bocas llaman a Jesús “Señor”. Profesan ser cristianos y que están involucrados de alguna manera en la obra de Dios. Para apoyar su profesión señalan cosas tales como profetizar, echar fuera a los demonios, y hacer muchas buenas obras. Algunos dirían que son personas que una vez eran salvas, y que de alguna manera perdieron su salvación, esto es, que ellas una vez FUERON cristianas, que una vez habían creído, pero que algo pasó y “cayeron” o “se dieron por vencidos”. Pero es aquí que  deberíamos poner atención a lo que Jesucristo dijo: “Yo nunca os conocí”.

        Otra cosa que notamos es el tamaño del problema, la cantidad de personas que experimentarán este doloroso problema. Cristo dijo que en aquel día:
“muchos dirán…”. No dijo pocos, un puñado, sino “muchos”. Es un gran problema que afecta a muchas personas, personas que, tristemente, no sospechan que tengan este  problema. Grandes multitudes se encontrarán en esta horrible situación. Pero lo más triste acerca de esto es que el engaño en el cual viven les debilita, y es difícil ayudarles. Una puntada a tiempo salva nueve, ¡pero una puntada muy tarde no puede alterar su destino! Por lo tanto, quisiera aconsejarle amistosamente lo siguiente. Hágase dos buenas preguntas: (1) ¿quienes son esas personas?, y (2) ¿es posible que “YO” sea una de ellas?

        Personalmente he conocido a muchas personas que profesan ser hijos de Dios y que están convencidas de que cuando mueran, irán al cielo. Aún así, estas personas no pueden ni siquiera profesar las buenas obras que las personas en el versículo arriba alegaban ser suyas. Al contrario, sus vidas manifiestan un amor por las cosas de este mundo y no a las cosas de Dios (1 Juan 2:15-17). Cuando estén delante de Dios, no podrán decir: “Señor, mira lo que he hecho por ti”, porque no han hecho nada. Aún así estas personas profesan e insisten que son cristianas, que pertenecen a Cristo. Si en Mateo 7:21-23 el Señor habla así a los que tanto hicieron, diciéndoles que nunca les conoció, ¿qué dirá acerca de estas últimas, de nuestros tiempos, que no han hecho nada?

        No me malentiendan, no estoy diciendo en absoluto que somos salvos por las buenas obras. La Palabra de Dios enseña que somos salvos por fe, no por nuestras propias obras, y que la persona salva es creada para buenas obras (Efesios 2:8-10, Tito 2:14; 3:4-7). En otras palabras, no podemos hacer buenas obras para salvarnos, pero una vez somos salvos, nosotros las hacemos porque somos salvos. Ellas son el efecto de la salvación, no la causa. Si usted está en Cristo, el resultado o efecto es que llevará frutos (Juan 15:1-6). Si usted profesa ser hijo de Dios, pero no hay fruto en su vida, quizá sea porque realmente no está en Cristo. Si se dice ser hijo de Dios, pero su vida está llena de placeres de pecado y evita las cosas de Dios, entonces, amigo mío, se está engañado a sí mismo. En el libro de Tito leemos estas palabras:

“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”. Tito 1:16

        Note que hay una profesión y una negación en este versículo. La profesión es con la boca y la negación es con las obras, esto es, el estilo de vida. A los ojos de Dios la negación habla más alto que la profesión, igual que cuando decimos: “los hechos hablan más fuerte que las palabras”.

        Querido amigo, he conocido muchas personas que les queda bien los versículos de arriba, y no solo esto, sino que hubo un tiempo cuando yo también era unos de ellas. Yo profesaba creer en el Señor Jesús cuando tenía ocho años de edad, y fuí bautizado. Asistía a la iglesia y estaba envuelto en muchas de las actividades que se hacían allí;  leía la Biblia y aún oraba de vez en cuando. Pero al llegar a la edad de doce años toda la actividad espiritual en mi vida se detuvo. Empecé a amar las cosas de este mundo.

        Amaba los placeres que este mundo me ofrecía, y perseguía aquellos placeres con gran celo. A la edad de veinte años el Señor empezó a trabajar en mi. Mi hermano me dio un libro escrito por un creyente. Rehusé leer el libro por muchos meses. Estaba junto a mi mesa de noche y cada noche cuando apagaba la luz, veía aquel libro allí. Una noche tomé el libro y empecé a leerlo. Cerca de la mitad del libro el autor hace esta pregunta: “Si te murieras esta noche, ¿dónde pasarías la eternidad?” Yo había oído o leído esta pregunta muchas veces en el pasado, y sin dudar me dije a mi mismo: “al cielo, por supuesto”. Aún así, cuando leí esta pregunta esa noche, el Espíritu de Dios no me dejó tranquilo. Sentí convicción, estaba incómodo. Era la primera vez en mi vida que realmente le daba a esta pregunta más de un segundo en mi pensamiento. ¿Cómo podía yo profesar ser hijo de Dios cuando allí en mi dormitorio yo tenía fundas llenas de pornografía exponiendo la impía lujuria de mi corazón? Mi boca se llenaba de obscenidades y mi corazón de prejuicios y odios hacia otros. A medida que examinaba mi vida, me iba dando cuenta por primera vez de que no era un hijo de Dios, y que tenía un gran problema con Él. Si Dios me permitiera a mí entrar al cielo, entonces tendría que quitar las puertas y dejar a cualquiera entrar. Fue esa noche que yo me arrepentí y doblé mis rodillas ante el Señor. Le pedí que me salvara de mi pecado y del castigo que merecía. Sabía que merecía la ira que Dios tiene para los pecadores no arrepentidos. También sabía que Dios ofrecía perdón por mi pecado, en base a una condición sencilla: recibir a Su Hijo el Señor Jesucristo. Entonces Dios no sólo me libraría de Su ira, sino que también me haría hijo Suyo (Juan 1:11-13).

         Querido amigo, si ha examinado su vida y encuentra que está en la misma condición que yo estaba, entonces le ruego que haga lo que yo hice, arrepiéntase y clame al nombre del Señor para ser salvo (Romanos 10:9-13). Ahora mismo no es demasiado tarde. Espero que usted no sea uno de los muchos de quienes Cristo habló en Mateo 7:21-23, quienes se engañaron a sí mismos hasta que fue demasiado tarde. Clame al Señor Jesucristo ahora, mientras hay todavía tiempo. “Hoy es el día de salvación”.

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